“Fui buscado por los que no preguntaban por mí; fui hallado por los que no me buscaban. Dije a gente que no invocaba mi nombre: ¡Heme aquí! ¡Heme aquí!” (Isaías 65: 1)
¡Aquí está la grandeza de Dios! Casi todos nosotros los que lo amamos, confesamos y adoramos, fuimos beneficiarios de esta verdad.
No andábamos buscándolo, pero lo encontramos. En realidad, quien nos buscó y nos encontró fue Él.
Él es un Dios que busca y no se cansará de buscar y de encontrar a aquellos a quienes nunca se les ocurriría buscarlo.
Muchos, ni siquiera preguntábamos por Él.
Muchos escuchábamos acerca de Dios, pero las palabras no nos iluminaban el alma ni nos conmovían ni nos convencían ni nos convertían.
No nos interesaban. No las entendíamos. No nos transformaban. ¡Éramos sordos y ciegos espirituales!
Pero Él nos buscó y nos encontró para que nosotros pudiéramos encontrarlo. ¡Aleluya!
Hoy sigue gritándole a las naciones: ¡Heme aquí! ¡Heme aquí!
O sea, ¡Aquí estoy! ¡Aquí estoy!
¿Quién podrá escaparse de Quien todo lo ve, de quien se deja hallar hasta por aquellos que ni preguntan por Él ni lo buscan?